‘Puedes hacerlo. Sabes hacerlo. Lo sabes de memoria’. Me repito esas palabras a medida que mis pies avanzan y suben la escalera. Se sienten como plomo. Se que mis temblantes piernas podrían fallarme en cualquier momento, mi respiración es pesada y lenta, pero mi corazón late a un ritmo incansable, desbocado, gritando a los cuatros vientos que tan nerviosa me siento. Mis dedos reproducen los ritmos de la música sobre mi atuendo, y mientras me observo al reflejo de las escaleras una sonrisa se asoma en mis labios. Por fuera, parezco perfecta. Mi atuendo impecable, sin una arruga, mi cabello sin un mechón fuera de lugar y mi maquillaje parejo y suave, hecho especialmente para resaltar mis rasgos, pero por dentro, es todo un manojo de emociones e inseguridades. Quiero gritar, llorar, reír, correr, terminar con esto de una buena vez, y se que no puedo. Se que cada segundo que pasa me acerca más a mi momento, lo que tanto temo y a la vez ansío. Me entrené para esto. Todos están esperando que haga mi aparición. Hoy todo se enfoca en mí.
Un rostro familiar se aparece en mi camino, me alienta con unas breves palabras y me toma de la mano para dirigirme hacia arriba del escenario. Con una sonrisa me despide y me abandona en mi pozo de desesperación. Es ahora o nunca, nadie me vigila, nadie me está viendo, puedo correr de este temor, puedo escapar y nunca volver, pero mis piernas se quedan quietas. Mis pies se amarran al suelo de madera recubierta con firmeza, y a pesar de mi incomodidad, se que si me voy me arrepentiré. Esto es para lo que nací. Se que esto es lo correcto. Se que lo quiero.
Silencio absoluto. Silencio sepulcral que espera a que la música comience. Con una respiración honda intento calmar a mi acelerado corazón, pero se que es imposible. En cuando la primera nota comienza este desata todo su poder, en una carrera alocada descargando adrenalina por todo mi organismo. Es el momento. Un paso. Una nota. Otro más. El piano entra. Mi ritmo se acelera. El violín comienza. Ahora estoy en un pie. La flauta dulce hace su entrada. Con un salto y un giro entro en el escenario al mismo tiempo que los instrumentos luchan por acaparar los oídos de la audiencia, llamar su atención, pero yo no los veo. Dibujo un arco con mis brazos y me alzo sobre mis dedos, comenzando a realizar la compleja coreografía. Puedo sentir los ojos sobre mí. Puedo sentir la presión de realizar todo a la perfección. ‘No. No pienses eso. No pienses en nada’. Doy un giro. La trompeta acompaña. Doy otro. Los rostros se desfiguran. Un salto y un paso, los brazos a los costados. Ahora estoy sola. Solo estoy yo y la orquesta. Yo y las luces. Yo y mi cuerpo que danza sin pensar en los movimientos. Realizó el grand plié con perfección adquirida por repetidas prácticas y a continuación mi cuerpo se acomoda para el arabesque, manteniéndome en esa posición por unos segundos dejando que la música baje por unos momentos antes de arremeter con toda su potencia, dándome a entender lo que tengo que hacer. Ya no pienso. No considero cada movimiento, solo los siento. Los siento en mi cuerpo, en cada célula que me compone, en cada movimiento reconozco la carga de las notas, que me impulsan hacia delante, que me obligan a seguir, no puedo detenerme, no puedo cometer errores cuando sabes que cualquier cosa que hagas será perfecta. Giró. Giró y no me detengo, no me mareo porque no estoy allí de verdad. No veo. No oigo. Solo siento. Siento las notas y me apresuro a girar con más rapidez. Es el final. Tengo que hacerlo perfecto. La luz me apunta hacia el cuerpo pero no siento el calor ni la ceguera. En alguna parte de mi subconsciente oigo como los instrumentos lentamente aparecen nuevamente, los ojos vuelven a abrirse y ahora puedo verlos claramente. Fijados en mi, casi sin pestañear, hipnotizados por mis movimientos. No puedo evitar sonreír. Los tengo a cada uno de ellos, se que ahora soy el centro de atención y me mareo con solo ese pensamiento. ‘Concéntrate’ Alguien o algo me grita. Si. Ahora no es momento para cometer fallos. Mis giros se detienen con un movimiento seco, aunque perfectamente bien realizado. Mis manos se elevan con gracias, congeladas en el movimiento y mi cabeza se alza con orgullo. La música se detiene conmigo y los aplausos estallan por todo el auditorio. Lo logré. Se que lo hice. Mi corazón se calma, satisfecho, contento, y mi sonrisa se ensancha por lo logrado. El telón cae y mis compañeras saltan a abrazarme, felicitándome. Pero yo no les presto atención. Buscó con la mirada a mi entrenador, tan solo unos años mayor. Me da su aprobación con un gesto y yo me siento derretir. Solo eso me importa. Solo eso quiero. Me siento triste y a la vez feliz. Quizás si me siga esforzando así, en algún momento el se fijará en mi.
Estuvo bien, ¿No es así? Salió bien. Diría que perfecto. Entonces ¿por qué no puedo alejar esta sensación de incomodidad de mí? Quizás porque se que pronto tendré que dejarla por su cuenta, tiene talento natural y pronto no me necesitará. Es una sensación horrible que me aplasta contra el suelo y no me deja continuar. Siento mi cuerpo pesar y me dirijo hacia el baño con un suspiro resignado. Me odia. Se que lo hace. ¿Qué clase de hombre soy que no la felicitó por un trabajo tan bien hecho? Tanto esfuerzo para solo asentir en señal de conformidad. Me odia. En mi mente aparece su sonrisa. Me detesta. La calidez de sus ojos. Me aborrece. Se irá. Me abandonará… ¡no quiero! No. ¡No! Quédate. Quédate conmigo. Por favor. No me dejes. No ahora. Todavía queda mucho por realizar. No me dejes así. No en estos momentos. ¿De que sirve un talento para enseñar si no tienes a alguien con la facultad de aprender?
-¡Detente!
Sin darme cuenta mis ojos se habían cerrado, mis manos aferrado con fuerza en el espejo y mi pie golpeando repetidas veces la pared. Y recién ahora notaba el dolor extenuante que sentía por la fuerza. Soy un idiota. Lo se. Cada parte de mi cuerpo me lo grita. Soy un idiota y un cobarde. Un idiota, un cobarde y un ser despreciable. ¿Qué acaso nunca me podré contener? Desde ese fatídico día que cruzó el umbral de mi estudio, con su sonrisa ingenua, y sus deseos de aprender, la observé crecer, mejorar, fracasar, llorar, darse ánimos, enfadarse, reír, sobresalir, lastimarse… y ahora no puedo alejarla de mi mente. Incluso ahora, observando el espejo no me veo a mi. La veo a ella, sonriendo, girando con absoluta gracia y perfección, dejando que la música guíe sus pasos. Ya no eran mis enseñanzas, eran sus experiencias, sus temores y sus ventajas, sus aspiraciones y sus errores. Ella. Ella tan perfecta como es. ‘Contrólate estúpido profesor’ Su carrera es más importante. Es cierto. No puedo detenerla. Ella debe elegir. Pero, ¿no debería ella saber? ¿Acaso no tiene derecho? No. No. NO. No puedo influir, ella sabe lo que es mejor, ella sabe como cuidarse. No puedo dejar que lo arruine un amor.
Un golpe en la puerta me saca de mis cavilaciones. Observó y respondo, la puerta se entreabre con lentitud, con timidez. Quiero gritar, cerrarla y obligarla a irse, pero se que no puedo. Pero se que es lo mejor.
-Profesor, ¿está usted bien? Salió corriendo del escenario…
Puedo verlo en sus ojos. Decepción con ella misma. Piensa que corrí porque no quería verla, porque me ha fallado. Ah querida, cuanta equivocación en una niña tan inteligente.
-Mai. Te he dicho que me llames Alan. Ese es mi nombre.
-Pero profesor, me han enseñado que eso es una clara falta de respeto.
¿Siempre esa excusa? ¿Acaso no quiere ni llamarme por mi nombre? ¿Solo me ve como una figura a la cual respetar y obedecer? Siento una furia crecer dentro de mi, una furia que no puedo controlar. ¿Es que acaso es tan ciega que no como me tiene? Tan inteligente en lo académico y tan ciega con respecto al amor. Camino hacia ella con un gruñido y observo su temor relampaguear en sus ojos. Bien. Quizás si me teme se alejará de mi. Lo haría si supiese cuanto le convendría. La tomo de la muñeca y la obligo a entrar, azotando la puerta luego. No me interesa su llamado, no me interesa que empiece a gritar. No puedo soportar que me siga llamando ‘profesor’. La acorralo contra la pared, y a pesar de todos sus temores reflejados en sus ojos me conoce, y eso le impide el gritar. Sabe, y no sin fundamentos, que yo jamás podría lastimarla. Mi mano, sin pensarlo, se dirige a su rostro, elevándolo.
-Mai, di mi nombre.
Vacila. Lo veo. Me enojo todavía más.
-A-a-alan.
¿No lo ve? ¿No ve el efecto que tiene sobre mí? Esto no es un ensayo ni una presentación, no se que sucederá, pero el tenerlo tan cerca de mi, su cuerpo pegado al mío, su mano tocando mi rostro, no puedo evitar que mi corazón se dispare y un extraño cosquilleo recorra mi cuerpo. Logro no sonrojarme para salvar algo de mi dignidad. No es la primera vez que sus manos recorren mi cuerpo, pero siempre había sido para practicar, para mis bailes con pareja, el ballet simplemente es de contacto y debía practicar. Solo así me puedo contener en ese momento.
Pero… su nombre, es devastador. Es demasiado para mi. No puedo verlo como igual, no puedo darme ilusiones, mejor simplemente verlo como mi profesor, como alguien inalcanzable. ¿Por qué el no me lo permite? ¿Por qué tiene que hacer estas cosas? Se que me dirá a continuación. Me castigará. Me insultará por los errores que cometí. Por eso se muestra tan enojado. Por eso golpeaba la pared. Se está controlando. Tonta. Eres tonta. Arruinaste todo.
-Dime mi edad. Dime la tuya.
Mi sorpresa se ve reflejada en mi rostro. No esperaba esa pregunta. Pero eso solo me pone el verlo como profesor todavía más difícil, ¿Qué eran cuatro años después de todo? Nada. Nada y lo sabía. Pero no, debía relajarse, tranquilizar su expresión.
-Tiene 21. Tengo 17.
Algo atraviesa su rostro, pero no puedo saber bien que. ¿Acaso sabe? ¡Por supuesto que sabe! El no es ignorante. Puede ver como lo observo cuando se mueve, como estoy siempre pendiente de el y le hablo después de clase. ¡Lo sabe! Y quiere dejarme saber que no hay esperanza, que debo abandonar mis sueños de colegiala ingenua, debo irme y no volver. Y no quiere lastimarme todavía más. Lo se. ¡Lo se! Pero no puedo detener mis sentimientos, no puedo ocultar mi corazón, no puedo dejar de sentir que me sofoco cada vez que el mira hacia otro lado. Clavó mi mirada en el, apenas reteniendo las lágrimas. Se que dirá algo. Mi miedo se agranda. Es el momento.
Cuatro años. Deberían ser suficientes, pero no lo son. Cuatro años es nada. Si fueran diez podría contenerme. Pero cuatro… cuatro es la diferencia entre mis padres. Cuatro es la diferencia entre ella y yo. Cuatro nada más. Cuatro que podrían acortarse con facilidad. Tengo que controlarme. Tengo que hacerlo. Pero ver a ese rostro ahora al borde de las lágrimas me recuerda que sigo teniéndola aprisionada y se que debo dejarla ir. No quiero. Quiero recorrer esos labios rojos y tiernos con mi lengua, quiero acariciar ese cuello níveo con mis dedos, quiero que se sonroje al verme como cuando recién comenzó a practicar conmigo, quiero besar esa mejilla suave y cálida y quiero despeinar ese cabello suave y sedoso. No. No es momento para pensar en ello. No puedo soportarla llorar, no por mi culpa.
Me separo con un esfuerzo sobrenatural, dejándola libre. Pero todavía no se mueve. Está esperando a que conteste. Pero, ¿Qué puedo decirle? Ciertamente no la verdad. Debo seguir fingiendo. Fingiendo hasta que ella me diga que me dejará, y en ese momento pues… descubrir una manera para continuar.
-Eso pensé. Cuatro años no es un lapso de tiempo suficiente para que me trates de usted.
Abro la puerta para que pueda irse y yo me recuesto sobre la pared. Incluso yo me asombro sobre mi autocontrol de ese momento.
-Puedes irte Mai. Te veré mañana a las diez en punto. No tardes.
La observó retirarse con una mirada final a mi rostro. Como me gustaría que esa fuera una mirada eterna, que me observara por siempre y que pudiera ser solo mía. Para siempre.
Cierro la puerta con un suspiro fingido y echo a correr. Lágrimas desbordan mis ojos, pero no me importa. No puedo decir porque lloro. ¿De alivio? ¿De tristeza? Si me hubiera dicho lo que yo creía que diría, ahora podría seguir adelante. Pero ahora… ahora no se como continuar. ¿Es que lo sabe? ¿Lo ignora? ¿Está actuando? Muchas preguntas y ninguna respuesta. Y no puedo hacer más que llorar. Llorar de impotencia, porque se que, aunque el nunca sabrá lo que yo siento por el, cuanto lo amo, cuanto deseo estar a su lado, tampoco nunca nada podría suceder. ¿Quién se fijaría en alguien como yo? Solo se bailar. No soy una belleza. No soy una modelo. Solo soy delgada, sin muchas curvas y con un cabello marrón simple. Nada especial. No hay nada en mí que resaltase. Y yo lo sabía, quizás demasiado bien. No quería darme falsas ilusiones, ya había visto el romance de mis padres fallar, y eso había sido suficiente para desalentarme, para enseñarme que el príncipe azul no existe, por mucho que cueste admitirlo.
Llego al metro y me subo en el sin siquiera mirar atrás. No quiero saber si esta allí. No quiero saber si volvió a ver como terminaba el concierto. Se que soy egoísta, debería haberme quedado, pero no puedo soportarlo. No puedo verlo sin sentir que me derrumbaré en cualquier momento. ¿Por qué simplemente no puedo olvidarlo? ¿Por qué tengo que sufrir tanto por solo un hombre? Pero se que no es ‘solo un hombre’, es ‘el hombre’ es el primero del cual me enamoré, y fue casi instantáneo, y durante todo este tiempo, mis sentimientos solo se fueron profundizando, llegando hasta lo más profundo de mi alma. Una mano se apoya sobre mi hombro y cuando levanto al vista encuentro a un hombre, no mucho más mayor que yo, que me sonríe cálidamente.
-¿Esta bien, señorita?
Asiento con la cabeza una vez, notando que muchos ojos están clavados en mí. Todos observando de reojo, sin atreverse a fijar su vista en mi. Debe ser por mis lágrimas, y el hecho que sigo utilizando mi atuendo de danza, al salir apresuradamente del teatro.
-No se ve muy bien.
-Lo estoy. Simplemente un día duro.
Intento sonreírle para tranquilizar a este extraño, que por alguna razón se preocupa por mí. Se sienta a mi lado y me acaricia la espalda, un gesto en verdad tierno. A cualquier otro lo habría quitado, pero en ese momento estaba dispuesta a recibir algo de cariño, en ese momento no me importaba que nunca antes lo hubiera visto. Simplemente me dejé confortar por el.
Su mano se siente cálida contra mi espalda, me ayuda a dejar el llanto patético al cual me había visto atada hace momentos atrás. No puedo seguir llorando ante la mirada de todos, solo me queda aceptarlo y fingir un poco de dignidad, hace rato perdida. Con un suspiro me levanto, es mi parada, y también lo hace el extraño. Murmura algo como ‘que suerte que vivamos tan cerca’ pero ya casi no lo oigo. No me interesa mucho. El me acaba de ayudar a recomponerme, pero no puedo apegarme a alguien del cual no conozco ni su nombre. Bajo. Subo la escalera. O mejor dicho, eso intento. Una mano me toma de la muñeca y por un segundo el recuerdo de… de Alan relampaguea en mi mente, cuando el tomó mi muñeca y me obligó a entrar dentro del baño. Mi giro, casi esperando verlo, y sufriendo una decepción al encontrar al desconocido, solo que ahora esa sonrisa gentil se había convertido en algo más tenebroso, más oscuro, más perverso. Intento soltarme por puro instinto, pero solo logro que el agarre se vuelva más fuerte, y su sonrisa se ensanche. Tira de mí con fuerza, cubriéndome el rostro con su mano. Ahora ya no me parece cálida, lo contrario, la siento hecha especialmente para acallar a sus víctimas, y posiblemente no esté tan equivocada. Ahora no hay nadie. Es un lugar oscuro, todos ya han salido para completar el resto de su día, y yo estoy aquí, siendo arrastrada hacia las sombras por el desconocido que se había presentado como alguien amable. Su risa se hace audible, solo en mi oído, a pesar de mis pataleos no puedo soltarme de ese agarre que ejerce sobre mi y pronto siento la fría pared de cemento sobre mi espalda, la mano que antes sostenía mis muñecas ahora las deja libre, su cuerpo presiona el mío, no tengo ninguna oportunidad de escapar. Refreno las lágrimas, no le daré el placer de llorar, ya me ha visto de cualquier manera. No retira su mano de mi boca, sabe que si lo hace gritaré, no por cobarde, pero por sentido común. Pero no necesita sus dos manos para hacer el trabajo, solo le hace falta una para introducirla debajo de mi atuendo, acariciando con rudeza la piel que se le abría camino. El no es Alan, el no tiene cuidado, el si desea lastimarme, el no se contendrá, no es un juego, es la realidad. Y solo puedo hacer algo en ese momento. Intento morderlo, soltarme, alejarme, pero nada funciona. Y solo ayuda a que el se ría con más fuerza y se apegue más a mi. Llega a mi pecho y a pesar de tener el corpiño lo recorre con deseo, ignorando el temor en mi rostro, solo quiere eso. Eso y nada más. Veo la lujuria en su rostro, el rostro de un depredador que conoce lo que hace, que busca a los vulnerables. Su mano deja por fin esa parte tan íntima de mí, pero lo que hace a continuación solo provoca que chille. Chillo de miedo, de frustración, nunca creí que algo así me pasaría, siempre pensé que sucedía en otros lugares, no aquí, no a mí, no así. Mientras su mano se desliza por mi vientre escucho una voz. Una voz la cual reconozco de inmediato, pero siento que es mi imaginación. ¿Por qué estaría el allí? No tiene razones, el show no había terminado. Era solo mi mente tratando de calmarme, alejarme de la situación… pero la mano se detiene.
-Te dije que te alejaras de ella.
Nunca lo había oído tan enojado, tan peligroso, tan decidido a utilizar la violencia, y allí estaba, con sus ojos ocres clavados en mi asaltante, su cabello típicamente despeinado que solía darle un aíre misterioso y divertido ahora solo enfatizaban esa imagen de hombre peligroso que transmitía. Y cuando el hombre ríe, Alan avanza para golpearlo directamente en el rostro.
No lo podía tolerar. Mai era mía. De una u otra manera, aun si ella lo sabe o no, aun si ella no lo quiera así, no voy a dejar que otro hombre la toque. Menos que un desconocido la atacara. No si estaba ahí para evitarlo. En cuanto pude ver a ese depravado ponerle las manos encima a Mai, enloquecí, aguardé, quizás con la esperanza de que fuera alguien conocido, pero al mismo tiempo, sabiendo que de ser así estaría devastado. Pero no lo era, era un alguien que la lastimaría. Alguien que interferiría con ese cuerpo, con esa alma tan pura y tan brillante. No la contaminaría.
-Detente.
El no me hace caso, por lo que avanzo hacia el y tomo su mano. El hombre al fin me ve, y gira su rostro para verme. Me escupe y lo esquivo pero sin antes repetir lo que había dicho. No importaba si luego de esto Mai me odiaba, lo detendría. Incrusto mi puño en su asqueroso rostro sin pensármelo dos veces, y como si no fuera suficiente con eso, lo giro, con tal de poner mi cuerpo entre Mai y este hombre. Se defiende y no me sorprende. Recibo un par de golpes en el estomago que me hacen tropezar, pero no termino de caer. Veo por el reflejo de mi ojo el rostro de Mai, aterrada y a la vez esperanzada de verme, y eso me anima a continuar. No la dejare sola ahora. Me incorporo y justo cuando una mano se aparece en mi camino, la tomo y la doblo por detrás de su espalda, obligando a que se arrodillara. Funciona y comienza a suplicar, pero estoy cegado, cegado por una furia repentina, por haberla tocado, por haberla hecho sufrir, no es suficiente un poco de dolor. Debe pagar. Debe pagar por todo lo que ha hecho. ¿A cuantas víctimas atacó? ¿Cuántas chicas como Mai había habido? Su llanto incremente a medida que acercó su brazo al punto de quiebre, pero en eso, la mano de Mai se apoya sobre mi hombro, mirándome con temor, vacilante, parece una niña perdida. Eso es suficiente, y suelto su brazo, alejándome varios pasos. Fue lo que necesitaba para salir espantado de ese lugar. Le doy la espalda a ella, incluso yo me sorprendo por la violencia de la que fui capaz, y me doy cuenta que en parte eran celos. Porque yo quería tener la confianza para acercarme a ella, para besarla, para al fin decirle como me siento… y no puedo. Y todo explotó, haciendo que perdiera los estribos y estoy seguro que ahora ella también se aterrará de mi.