Lágrimas del alma (cap 2)

Dos días. Dos días habían bastado para que Matt, o ‘el chico nuevo’ se hiciera con una reputación nada envidiable. Expulsado de su colegio por razones desconocidas, un pésimo carácter capaz de doblegar hasta la más feroz de nuestras institutrices, y abandonado por sus padres a tan solo un año de la mayoría de edad, no era sorpresa que muchos se interesaran por el. Pero aprendo rápido y la vida me ha enseñado a cuidarme las espaldas. Por eso no le hablo. No he cruzado palabra con el, todo lo que se, lo he oído de las murmuraciones de los niños, o de los más grandes. En la cena se sienta solo, aislado y pasa el día encerrado en su cuarto, como la mayoría de nosotros. Incluso en las denominadas ‘clases’ pasa desapercibido… en cuanto alguien quiere cruzar palabra con el, el veneno que escupe es suficiente para disuadir al curioso.

Claro que, a pesar de que una intente, la vida no me dará un respiro. Aunque sea por unos minutos.

Camino con lentitud hacia la sala de música, pensando en lo increíblemente aburrida y tediosa que se ha vuelto la clase. Siempre es lo mismo, cantar, tocar, oír, y escribir canciones que hablan sobre la alegría de la vida. ¿No deberíamos cantar algo más acorde al lugar donde estamos? ¿De qué sirve relatar la vida de un niño con padres si la mayoría de aquí no los tienen, y la otra parte han sido abandonados?

Suspiro. Diviso la puerta que me permitirá el acceso pero antes de alcanzarla, Lau y Jane se paran frente a ella. Vuelvo a suspirar. Podrán tener solo quince años, pero ya son parte del cáncer de ese lugar. Cada persona tendrá su forma particular de enfrentar la realidad, pero ellas dos son las peores, se desquitan con otros. ¿Qué verán en el espejo? Yo veo a una chica destruida, ¿acaso ellas se verán con coronas sobre sus cabezas? ¿Capas, diamantes y joyas? Solo basta con oír su inculto dialogo para entender que clase de personas son.

-¿Qué dices Lau, es o no nuestro pasillo?

-Ya lo creo Jane. ¿Qué haces aquí esqueleto?

¿Olvide decirlo? Si Matt es ‘el chico nuevo’, yo soy ‘esqueleto’. Como siempre, guardo silencio. Un gran sabio alguna vez ha dicho ‘El sabio finge ser tonto frente al tonto que se cree inteligente’. Mejor que crean que sufro de alguna enfermedad mental. Sigo avanzando sin detenerme a mirarlas, sin preocuparme por su existencia, pero una de ellas, no alcanzo a ver quien, me empuja hacia atrás, arrojando al suelo los papeles que tenía en la mano.

-Eres tan inútil esqueleto, no puedes ni mantener el equilibrio.

Se ríen. Hago lo posible por no reaccionar. Las observo fijamente, sin expresión en el rostro, sin asomo de prestar atención. Vuelven a empujarme, esta vez, caigo, pero no me levanto.

-Mantén el equilibro esqueleto.

Por el rabillo del ojo observo un par de brazos que me levantan, y al enfocar al frente, un puño se introduce hasta lo profundo de mi estomago, obligándome a doblarme, jadeando por la repentina falta de aire. Los brazos que acababan de sostenerme se han esfumado, dejándome nuevamente tirada en el suelo.

-Esqueleto, esqueleto, ¿qué haremos contigo? Solo vamos a jugar un ratito…

Dicho esto, me toman de los pelos. Mil millones de pequeñas agujas se clavan en mi cráneo a medida que levantan mi cabeza y por ende mi cuerpo, pero mi expresión sigue inalterable. Solo las enoja más. El puño antes dirigido a mi estomago se concentra en mi rostro. Una vez. Dos veces. Tres veces. Mi labio sangra por el impacto. Mi rostro duele por el contacto. Se que tengo un ojo hinchado.

Finalmente, sueltan mi cabellera, dejándome caer como un peso muerto, y me encuentro con el frío del suelo que me recibe con los brazos abiertos. Podrá no ser mucho, pero aunque sea helado, el abrazo se siente extraño. Extrañamente bien.

Oigo pasos. Pasos débiles pero cercanos. ¿Importa? A nadie le interesa alguien tirado contra la pared siempre que no interrumpa el paso. Es normal. Llantos, gritos, suplicas o rezos, siempre hay alguien que se desmorona y se esconde en un rincón, alguien a quien todos en ese día ignoran. Y no me molesta. Salvo que esta vez, ese alguien se detiene.

Con pereza elevo los ojos, la sorpresa se instala en ellos al ver a quien tengo en frente. El chico nuevo me observa fijamente, con esa típica frialdad en su mirar, con una de sus cejas arqueada a modo de interrogación. Una sonrisita extraña se instala en sus finos labios, pero no es amable ni dulce, más bien esconde un rastro de maldad, un pensamiento espantoso del cual no me quisiera enterar. No dice nada, no hace gesto para ayudarme, no me sorprende. Solo sigue su camino, como si nunca me hubiera encontrado, y yo me quedo a merced del frío mármol bajo mi cuerpo magullado.

(Fin cap 2.)

Lágrimas del alma

Veo el espejo y pienso, ¿esa soy yo? Tan destruida, tan marcada por el paso del tiempo. No parezco yo. Quizás porque al lado de este hay una niña pequeña, retratada en una fotografía, feliz, llena de luz, de vida. Mejillas sonrosadas, los rizos de un brillante negro cayendo con gracia a los costados de su carita regordeta. Ese ser humano se había transformado en un envase vacío. El brillo del cabello hace rato desapareció, mi cuerpo lentamente, hasta los huesos se consumió.

En cuanto mis padres me dejaron en la puerta del orfanato mi vida terminó. Una oye historias, pero nunca se imagina que tan malo puede ser. Aun cuando el sol sale parece que lloviera, aun cuando hay risas de los más pequeños, se oyen como gritos desesperados. Y con 16 años la única esperanza que te queda es soportar otros dos años hasta ser completamente libre. Suspiro. ¿Libre? ¿Libre para qué? El mundo no se encuentra mucho mejor. Solo basta con oír las noticias. Muertes. Robos. Secuestros. Pobreza. ¿Quién quiere estar en un mundo como ese? Yo, al menos, no. Pero tampoco quiero estar aquí, entonces ¿dónde debo estar? ¿Cuál es mi lugar?

Un ruido en la puerta interrumpe mis pensamientos. Uno. Dos. Dos golpes, hora de la cena. Siendo una de las mayores en este viejo y mohoso edificio, me ocupo de servir la mesa, y de preparar a los pequeños. Siempre debo fingir una sonrisa por ellos, por esas almas que todavía no han sido corrompidas y dentro mío no puedo esperar para que tengan mi edad. Sé que pensaran igual.

Me visto con las ropas que tengo, un par de pantalones y remeras viejas, donadas por familias beneficiadas, pero no me quejo. Se que ahí afuera hay niños que ni pueden abrigarse en invierno. Observó por última vez la pequeña ventana por donde parece entrar un rayo de sol y hago una mueca. El día que deje de llover será el día en que ese rayo de sol me proporcione algo de calor.

No me cuesta mucho llegar hasta la cocina. Sus paredes grises achican el ya diminuto lugar, la pintura se cae en ciertos lugares, y las mesas de madera están agrupadas de tal forma que parece una cárcel. Pues bien, no difieren mucho una de otra. Justo después de mi llegada, una fila de niños de entre seis y ocho años aparece. Cada uno vestido con su uniforme azul a cuadros, cada uno con sus caritas manchadas por jugar en la tierra, rodillas raspadas y cabellos enredados. Siguiendo el protocolo se sientan en sus lugares designados, parecen ignorantes de la insoportable rutina a la cual se ven atados a cada hora, a cada segundo. Con voracidad devoran la comida que hay frente a ellos. Siempre lo mismo. El menú es designado por el día de la semana, nunca cambiante, estipulado hace mucho. La maldita rutina no tiene escapatoria. Pero ellos no se ven afectados, hasta se ven felices al calmar a su estómago, y sin esperar mucho, desaparecen con la rapidez que entraron, a seguir jugando, o a seguir haciendo lo que sea que estuvieran haciendo hasta ahora. ¿Importa? Pronto se darán cuenta de lo inútil que es pretender que las cosas son de otra manera. Pronto verán la terrible realidad.

Cuando el segundo grupo libera las mesas, es mi turno para irme. A mi lado aparece Mia, de quince años, encargada del siguiente grupo. Me sonríe con su usual calidez, lo que me hace suspirar. Todavía ella conserva esperanza, sueños, le encanta pensar que hay un mundo mejor, un mundo el cual la espera con brazos abiertos y logrará cambiar cualquier rastro de injusticia que se presente. Ridículo. Pero me callo los pensamientos, de nada sirve crear una discusión sin sentido.

Miro el reloj en la vieja pared con poco interés. Las nueve. Hora de mi baño regular. Comienzo a avanzar hacia la sala cuando un golpe se oye en todo el lugar. Nuevo integrante. Nuevo niño abandonado.

La curiosidad puede más, cambio mi rumbo sin pensarlo y me dirijo hacia allí, no se que esperar, lo usual es encontrar bebes, aunque cada tanto llega algún pequeño con mayor edad, como yo lo era. Aunque nunca, nunca había habido un muchacho de más de trece años abandonado. ¿Por qué lo habría? No era como si los padres fueran a deshacerse de el a esa edad… o eso pensaba.

Cabello negro y corto. Ojos iguales al carbón. Piel tan pálida como la mía y ropa destrozada, manchada con algo no identificable a la luz de luna. Rasgos finos y elegantes, contrastante con su mueca de desprecio, de esbelto cuerpo aunque alto, cualquiera pensaría que sería todo un galán. Pero allí estaba. En nuestra puerta. Con diecisiete años y una actitud terrorífica.

-Fin del primer capítulo

Penas

Soledad. Que fácil sería de manejar si no existiera un agujero negro dentro de mi que consumiera cualquier indicio de felicidad.

El mármol detrás mió se siente más tibio que mi cuerpo, el vuelo de la pluma lejana más ruidosa que mis palabras, la transparencia de un papel aceitado más visible que yo. ¿Estaré muerta? No. No todavía. Mi corazón late, cansado y rendido pero la sangre sigue fluyendo, mis pulmones se siguen llenando de aire, una y otra y otra vez. ¿Por qué? ¿Acaso la paz eterna es demasiado pedir para mi? Me río sin gracia, sin intención, una seca carcajada se escapa de mi garganta. ¿Paz? No existe eso. Nunca habrá paz, nunca existirá la tranquilidad, todos tenemos nuestros demonios… solo que en mi caso, nunca hubo ángeles.

Como un esqueleto viviente me levanto y decido moverme, el agua que corre por la ventana dibuja líneas más existentes que yo, soporto la visión de mi ser reflejado en el vidrio con dificultad, y a medida que avanzo hacia cualquier otro lugar, mi mano se desliza por donde antes solía haber espejos, donde antes veía mi reflejo, y me agradaba. Ahora no hay nada. Nada más que diminutas partículas del vidrio quebrado, pequeños recuerdos que quisiera olvidar. Mis dedos se detienen al sentir el cambio del material, la suave madera aparece y con ella la puerta. Mi cuerpo se combina con las sombras de la calle al salir, y la lluvia me empapa por completo, pero sonrió cuando la siento. Es mejor que el frío de mi cuerpo.

Mis pasos son lentos, tranquilos, no tengo prisa, no necesito correr, refugiarme como los demás, abrigarme y cubrirme son cosas del pasado. ¿Qué me hará un poco de agua que no me haya hecho ya el destino? Lo que he pasado me ha enseñado las cosas verdaderamente importantes, familia, amigos, cariño… no tengo nada. Vacía, así me siento. Sola, así desaparezco. Solo una muchacha alejada del sistema, de la vida, perdió todo, incluso su propia vida. ¿A quien conozco? A nadie. ¿A quien le importo? A ninguno.

Una pequeña sonrisa fuera de lugar es esbozada por mis labios. Se siente extraño porque de verdad estoy sonriendo genuinamente. Levanto el rostro hacia las nubes y dejo que las gotas caigan libremente, sobre mis ojos, nariz y labios. Se siente bien. El cielo llora. Llora y me gusta pensar que llora por mí. Será egoísta, ya lo se, pero la verdad, a nadie le importo, y quisiera creer que a alguien o algo sí.

Giró a mí alrededor, no hay nadie, nadie para observar, para juzgar. Con pasos rápidos y ligeros llego hasta la calle que estaba buscando. Donde todo empezó, donde todo terminó. Un accidente. Un par de segundos que arruinó todo. Vuelvo a sonreír, deteniéndome en un pequeño hundimiento. Allí, la muerte hizo su aparición, y tuvo su diversión.

Río. Río con fuerzas, fingiendo, doblándome en dos y llorando. Llorando de gracia, de impotencia, de lo irónico de la vida, de todo el mal, de la locura que me atormenta. Río y no me puedo detener. Me siento feliz. Me siento traicionada. Me siento idiota. ¿¡Por qué quiero cambiar!? Siempre habrá algo que arruinará tu vida, alguien que no le gusta tu felicidad y hará lo posible para terminarla. ¿Por qué me molesto en lamentarme? Nada cambiará. ¿Qué logró con llorar? Solo es un poco más de agua salada en este cuerpo atosigado con las penas. Mientras comprendo todo esto, el agua se detiene. Me enderezo y limpio mi rostro, girando hacia la calle. Un par de luces me ciega justo cuando el golpe final llega.

Dudas del amor.

No dejo de pensar en ti

¿Me amas?, ¿Juegas?

¿O es verdad lo que dices de mí?

Dudas que no deberían existir

Aparecen sin razón

Se instalan en mi corazón.

Siento que es muy rápido

Y a veces me gustaría detenerte

Pero al notar la vibración del celular

Se que me alegro de tenerte.

¿Es que es una ilusión?
¿Algo nuevo causado por un nuevo amor?

¿Es todo mentira? ¿Es verdad lo que siento?

No me entiendo, y tú sigues insistiendo.

Debería ser capaz de entenderme

Pero es algo que todavía no logro

Estaba bien hasta conocerte

Cambias mi mundo y todavía no se

Si para bien o para mal, solo se que así es.

Me esperas, me invitas, me hablas

Y yo ya no se si es eso lo que siento

O si solo te sigo el juego.

¿Acaso esto debe detenerse?
No quiero lastimarte

Tampoco quiero engañarme.

Pero a la vez quiero arriesgarme.

Detente. Sigue. Espérame.

Ya no se que hacer.

Dame una señal corazón.

Dime como continuar.

Aplaca al cerebro y explícame que siento.

Y tú, detrás de la pantalla.

Entiende que esto es algo nuevo,

Entiende que no se como reaccionar.

Entiende, pero por favor, no te alejes.

¿Carrera o amor?

‘Puedes hacerlo. Sabes hacerlo. Lo sabes de memoria’. Me repito esas palabras a medida que mis pies avanzan y suben la escalera. Se sienten como plomo. Se que mis temblantes piernas podrían fallarme en cualquier momento, mi respiración es pesada y lenta, pero mi corazón late a un ritmo incansable, desbocado, gritando a los cuatros vientos que tan nerviosa me siento. Mis dedos reproducen los ritmos de la música sobre mi atuendo, y mientras me observo al reflejo de las escaleras una sonrisa se asoma en mis labios. Por fuera, parezco perfecta. Mi atuendo impecable, sin una arruga, mi cabello sin un mechón fuera de lugar y mi maquillaje parejo y suave, hecho especialmente para resaltar mis rasgos, pero por dentro, es todo un manojo de emociones e inseguridades. Quiero gritar, llorar, reír, correr, terminar con esto de una buena vez, y se que no puedo. Se que cada segundo que pasa me acerca más a mi momento, lo que tanto temo y a la vez ansío. Me entrené para esto. Todos están esperando que haga mi aparición. Hoy todo se enfoca en mí.

Un rostro familiar se aparece en mi camino, me alienta con unas breves palabras y me toma de la mano para dirigirme hacia arriba del escenario. Con una sonrisa me despide y me abandona en mi pozo de desesperación. Es ahora o nunca, nadie me vigila, nadie me está viendo, puedo correr de este temor, puedo escapar y nunca volver, pero mis piernas se quedan quietas. Mis pies se amarran al suelo de madera recubierta con firmeza, y a pesar de mi incomodidad, se que si me voy me arrepentiré. Esto es para lo que nací. Se que esto es lo correcto. Se que lo quiero.

Silencio absoluto. Silencio sepulcral que espera a que la música comience. Con una respiración honda intento calmar a mi acelerado corazón, pero se que es imposible. En cuando la primera nota comienza este desata todo su poder, en una carrera alocada descargando adrenalina por todo mi organismo. Es el momento. Un paso. Una nota. Otro más. El piano entra. Mi ritmo se acelera. El violín comienza. Ahora estoy en un pie. La flauta dulce hace su entrada. Con un salto y un giro entro en el escenario al mismo tiempo que los instrumentos luchan por acaparar los oídos de la audiencia, llamar su atención, pero yo no los veo. Dibujo un arco con mis brazos y me alzo sobre mis dedos, comenzando a realizar la compleja coreografía. Puedo sentir los ojos sobre mí. Puedo sentir la presión de realizar todo a la perfección. ‘No. No pienses eso. No pienses en nada’. Doy un giro. La trompeta acompaña. Doy otro. Los rostros se desfiguran. Un salto y un paso, los brazos a los costados. Ahora estoy sola. Solo estoy yo y la orquesta. Yo y las luces. Yo y mi cuerpo que danza sin pensar en los movimientos. Realizó el grand plié con perfección adquirida por repetidas prácticas y a continuación mi cuerpo se acomoda para el arabesque, manteniéndome en esa posición por unos segundos dejando que la música baje por unos momentos antes de arremeter con toda su potencia, dándome a entender lo que tengo que hacer. Ya no pienso. No considero cada movimiento, solo los siento. Los siento en mi cuerpo, en cada célula que me compone, en cada movimiento reconozco la carga de las notas, que me impulsan hacia delante, que me obligan a seguir, no puedo detenerme, no puedo cometer errores cuando sabes que cualquier cosa que hagas será perfecta. Giró. Giró y no me detengo, no me mareo porque no estoy allí de verdad. No veo. No oigo. Solo siento. Siento las notas y me apresuro a girar con más rapidez. Es el final. Tengo que hacerlo perfecto. La luz me apunta hacia el cuerpo pero no siento el calor ni la ceguera. En alguna parte de mi subconsciente oigo como los instrumentos lentamente aparecen nuevamente, los ojos vuelven a abrirse y ahora puedo verlos claramente. Fijados en mi, casi sin pestañear, hipnotizados por mis movimientos. No puedo evitar sonreír. Los tengo a cada uno de ellos, se que ahora soy el centro de atención y me mareo con solo ese pensamiento. ‘Concéntrate’ Alguien o algo me grita. Si. Ahora no es momento para cometer fallos. Mis giros se detienen con un movimiento seco, aunque perfectamente bien realizado. Mis manos se elevan con gracias, congeladas en el movimiento y mi cabeza se alza con orgullo. La música se detiene conmigo y los aplausos estallan por todo el auditorio. Lo logré. Se que lo hice. Mi corazón se calma, satisfecho, contento, y mi sonrisa se ensancha por lo logrado. El telón cae y mis compañeras saltan a abrazarme, felicitándome. Pero yo no les presto atención. Buscó con la mirada a mi entrenador, tan solo unos años mayor. Me da su aprobación con un gesto y yo me siento derretir. Solo eso me importa. Solo eso quiero. Me siento triste y a la vez feliz. Quizás si me siga esforzando así, en algún momento el se fijará en mi.

Estuvo bien, ¿No es así? Salió bien. Diría que perfecto. Entonces ¿por qué no puedo alejar esta sensación de incomodidad de mí? Quizás porque se que pronto tendré que dejarla por su cuenta, tiene talento natural y pronto no me necesitará. Es una sensación horrible que me aplasta contra el suelo y no me deja continuar. Siento mi cuerpo pesar y me dirijo hacia el baño con un suspiro resignado. Me odia. Se que lo hace. ¿Qué clase de hombre soy que no la felicitó por un trabajo tan bien hecho? Tanto esfuerzo para solo asentir en señal de conformidad. Me odia. En mi mente aparece su sonrisa. Me detesta. La calidez de sus ojos. Me aborrece. Se irá. Me abandonará… ¡no quiero! No. ¡No! Quédate. Quédate conmigo. Por favor. No me dejes. No ahora. Todavía queda mucho por realizar. No me dejes así. No en estos momentos. ¿De que sirve un talento para enseñar si no tienes a alguien con la facultad de aprender?

-¡Detente!

Sin darme cuenta mis ojos se habían cerrado, mis manos aferrado con fuerza en el espejo y mi pie golpeando repetidas veces la pared. Y recién ahora notaba el dolor extenuante que sentía por la fuerza. Soy un idiota. Lo se. Cada parte de mi cuerpo me lo grita. Soy un idiota y un cobarde. Un idiota, un cobarde y un ser despreciable. ¿Qué acaso nunca me podré contener? Desde ese fatídico día que cruzó el umbral de mi estudio, con su sonrisa ingenua, y sus deseos de aprender, la observé crecer, mejorar, fracasar, llorar, darse ánimos, enfadarse, reír, sobresalir, lastimarse… y ahora no puedo alejarla de mi mente. Incluso ahora, observando el espejo no me veo a mi. La veo a ella, sonriendo, girando con absoluta gracia y perfección, dejando que la música guíe sus pasos. Ya no eran mis enseñanzas, eran sus experiencias, sus temores y sus ventajas, sus aspiraciones y sus errores. Ella. Ella tan perfecta como es. ‘Contrólate estúpido profesor’ Su carrera es más importante. Es cierto. No puedo detenerla. Ella debe elegir. Pero, ¿no debería ella saber? ¿Acaso no tiene derecho? No. No. NO. No puedo influir, ella sabe lo que es mejor, ella sabe como cuidarse. No puedo dejar que lo arruine un amor.

Un golpe en la puerta me saca de mis cavilaciones. Observó y respondo, la puerta se entreabre con lentitud, con timidez. Quiero gritar, cerrarla y obligarla a irse, pero se que no puedo. Pero se que es lo mejor.

-Profesor, ¿está usted bien? Salió corriendo del escenario…

Puedo verlo en sus ojos. Decepción con ella misma. Piensa que corrí porque no quería verla, porque me ha fallado. Ah querida, cuanta equivocación en una niña tan inteligente.

-Mai. Te he dicho que me llames Alan. Ese es mi nombre.

-Pero profesor, me han enseñado que eso es una clara falta de respeto.

¿Siempre esa excusa? ¿Acaso no quiere ni llamarme por mi nombre? ¿Solo me ve como una figura a la cual respetar y obedecer? Siento una furia crecer dentro de mi, una furia que no puedo controlar. ¿Es que acaso es tan ciega que no como me tiene? Tan inteligente en lo académico y tan ciega con respecto al amor. Camino hacia ella con un gruñido y observo su temor relampaguear en sus ojos. Bien. Quizás si me teme se alejará de mi. Lo haría si supiese cuanto le convendría. La tomo de la muñeca y la obligo a entrar, azotando la puerta luego. No me interesa su llamado, no me interesa que empiece a gritar. No puedo soportar que me siga llamando ‘profesor’. La acorralo contra la pared, y a pesar de todos sus temores reflejados en sus ojos me conoce, y eso le impide el gritar. Sabe, y no sin fundamentos, que yo jamás podría lastimarla. Mi mano, sin pensarlo, se dirige a su rostro, elevándolo.

-Mai, di mi nombre.

Vacila. Lo veo. Me enojo todavía más.

-¡Mai!

-A-a-alan.

¿No lo ve? ¿No ve el efecto que tiene sobre mí? Esto no es un ensayo ni una presentación, no se que sucederá, pero el tenerlo tan cerca de mi, su cuerpo pegado al mío, su mano tocando mi rostro, no puedo evitar que mi corazón se dispare y un extraño cosquilleo recorra mi cuerpo. Logro no sonrojarme para salvar algo de mi dignidad. No es la primera vez que sus manos recorren mi cuerpo, pero siempre había sido para practicar, para mis bailes con pareja, el ballet simplemente es de contacto y debía practicar. Solo así me puedo contener en ese momento.
Pero… su nombre, es devastador. Es demasiado para mi. No puedo verlo como igual, no puedo darme ilusiones, mejor simplemente verlo como mi profesor, como alguien inalcanzable. ¿Por qué el no me lo permite? ¿Por qué tiene que hacer estas cosas? Se que me dirá a continuación. Me castigará. Me insultará por los errores que cometí. Por eso se muestra tan enojado. Por eso golpeaba la pared. Se está controlando. Tonta. Eres tonta. Arruinaste todo.

-Dime mi edad. Dime la tuya.

Mi sorpresa se ve reflejada en mi rostro. No esperaba esa pregunta. Pero eso solo me pone el verlo como profesor todavía más difícil, ¿Qué eran cuatro años después de todo? Nada. Nada y lo sabía. Pero no, debía relajarse, tranquilizar su expresión.

-Tiene 21. Tengo 17.

Algo atraviesa su rostro, pero no puedo saber bien que. ¿Acaso sabe? ¡Por supuesto que sabe! El no es ignorante. Puede ver como lo observo cuando se mueve, como estoy siempre pendiente de el y le hablo después de clase. ¡Lo sabe! Y quiere dejarme saber que no hay esperanza, que debo abandonar mis sueños de colegiala ingenua, debo irme y no volver. Y no quiere lastimarme todavía más. Lo se. ¡Lo se! Pero no puedo detener mis sentimientos, no puedo ocultar mi corazón, no puedo dejar de sentir que me sofoco cada vez que el mira hacia otro lado. Clavó mi mirada en el, apenas reteniendo las lágrimas. Se que dirá algo. Mi miedo se agranda. Es el momento.

Cuatro años. Deberían ser suficientes, pero no lo son. Cuatro años es nada. Si fueran diez podría contenerme. Pero cuatro… cuatro es la diferencia entre mis padres. Cuatro es la diferencia entre ella y yo. Cuatro nada más. Cuatro que podrían acortarse con facilidad. Tengo que controlarme. Tengo que hacerlo. Pero ver a ese rostro ahora al borde de las lágrimas me recuerda que sigo teniéndola aprisionada y se que debo dejarla ir. No quiero. Quiero recorrer esos labios rojos y tiernos con mi lengua, quiero acariciar ese cuello níveo con mis dedos, quiero que se sonroje al verme como cuando recién comenzó a practicar conmigo, quiero besar esa mejilla suave y cálida y quiero despeinar ese cabello suave y sedoso. No. No es momento para pensar en ello. No puedo soportarla llorar, no por mi culpa.

Me separo con un esfuerzo sobrenatural, dejándola libre. Pero todavía no se mueve. Está esperando a que conteste. Pero, ¿Qué puedo decirle? Ciertamente no la verdad. Debo seguir fingiendo. Fingiendo hasta que ella me diga que me dejará, y en ese momento pues… descubrir una manera para continuar.

-Eso pensé. Cuatro años no es un lapso de tiempo suficiente para que me trates de usted.

Abro la puerta para que pueda irse y yo me recuesto sobre la pared. Incluso yo me asombro sobre mi autocontrol de ese momento.

-Puedes irte Mai. Te veré mañana a las diez en punto. No tardes.

La observó retirarse con una mirada final a mi rostro. Como me gustaría que esa fuera una mirada eterna, que me observara por siempre y que pudiera ser solo mía. Para siempre.

Cierro la puerta con un suspiro fingido y echo a correr. Lágrimas desbordan mis ojos, pero no me importa. No puedo decir porque lloro. ¿De alivio? ¿De tristeza? Si me hubiera dicho lo que yo creía que diría, ahora podría seguir adelante. Pero ahora… ahora no se como continuar. ¿Es que lo sabe? ¿Lo ignora? ¿Está actuando? Muchas preguntas y ninguna respuesta. Y no puedo hacer más que llorar. Llorar de impotencia, porque se que, aunque el nunca sabrá lo que yo siento por el, cuanto lo amo, cuanto deseo estar a su lado, tampoco nunca nada podría suceder. ¿Quién se fijaría en alguien como yo? Solo se bailar. No soy una belleza. No soy una modelo. Solo soy delgada, sin muchas curvas y con un cabello marrón simple. Nada especial. No hay nada en mí que resaltase. Y yo lo sabía, quizás demasiado bien. No quería darme falsas ilusiones, ya había visto el romance de mis padres fallar, y eso había sido suficiente para desalentarme, para enseñarme que el príncipe azul no existe, por mucho que cueste admitirlo.

Llego al metro y me subo en el sin siquiera mirar atrás. No quiero saber si esta allí. No quiero saber si volvió a ver como terminaba el concierto. Se que soy egoísta, debería haberme quedado, pero no puedo soportarlo. No puedo verlo sin sentir que me derrumbaré en cualquier momento. ¿Por qué simplemente no puedo olvidarlo? ¿Por qué tengo que sufrir tanto por solo un hombre? Pero se que no es ‘solo un hombre’, es ‘el hombre’ es el primero del cual me enamoré, y fue casi instantáneo, y durante todo este tiempo, mis sentimientos solo se fueron profundizando, llegando hasta lo más profundo de mi alma. Una mano se apoya sobre mi hombro y cuando levanto al vista encuentro a un hombre, no mucho más mayor que yo, que me sonríe cálidamente.

-¿Esta bien, señorita?

Asiento con la cabeza una vez, notando que muchos ojos están clavados en mí. Todos observando de reojo, sin atreverse a fijar su vista en mi. Debe ser por mis lágrimas, y el hecho que sigo utilizando mi atuendo de danza, al salir apresuradamente del teatro.

-No se ve muy bien.

-Lo estoy. Simplemente un día duro.

Intento sonreírle para tranquilizar a este extraño, que por alguna razón se preocupa por mí. Se sienta a mi lado y me acaricia la espalda, un gesto en verdad tierno. A cualquier otro lo habría quitado, pero en ese momento estaba dispuesta a recibir algo de cariño, en ese momento no me importaba que nunca antes lo hubiera visto. Simplemente me dejé confortar por el.

Su mano se siente cálida contra mi espalda, me ayuda a dejar el llanto patético al cual me había visto atada hace momentos atrás. No puedo seguir llorando ante la mirada de todos, solo me queda aceptarlo y fingir un poco de dignidad, hace rato perdida. Con un suspiro me levanto, es mi parada, y también lo hace el extraño. Murmura algo como ‘que suerte que vivamos tan cerca’ pero ya casi no lo oigo. No me interesa mucho. El me acaba de ayudar a recomponerme, pero no puedo apegarme a alguien del cual no conozco ni su nombre. Bajo. Subo la escalera. O mejor dicho, eso intento. Una mano me toma de la muñeca y por un segundo el recuerdo de… de Alan relampaguea en mi mente, cuando el tomó mi muñeca y me obligó a entrar dentro del baño. Mi giro, casi esperando verlo, y sufriendo una decepción al encontrar al desconocido, solo que ahora esa sonrisa gentil se había convertido en algo más tenebroso, más oscuro, más perverso. Intento soltarme por puro instinto, pero solo logro que el agarre se vuelva más fuerte, y su sonrisa se ensanche. Tira de mí con fuerza, cubriéndome el rostro con su mano. Ahora ya no me parece cálida, lo contrario, la siento hecha especialmente para acallar a sus víctimas, y posiblemente no esté tan equivocada. Ahora no hay nadie. Es un lugar oscuro, todos ya han salido para completar el resto de su día, y yo estoy aquí, siendo arrastrada hacia las sombras por el desconocido que se había presentado como alguien amable. Su risa se hace audible, solo en mi oído, a pesar de mis pataleos no puedo soltarme de ese agarre que ejerce sobre mi y pronto siento la fría pared de cemento sobre mi espalda, la mano que antes sostenía mis muñecas ahora las deja libre, su cuerpo presiona el mío, no tengo ninguna oportunidad de escapar. Refreno las lágrimas, no le daré el placer de llorar, ya me ha visto de cualquier manera. No retira su mano de mi boca, sabe que si lo hace gritaré, no por cobarde, pero por sentido común. Pero no necesita sus dos manos para hacer el trabajo, solo le hace falta una para introducirla debajo de mi atuendo, acariciando con rudeza la piel que se le abría camino. El no es Alan, el no tiene cuidado, el si desea lastimarme, el no se contendrá, no es un juego, es la realidad. Y solo puedo hacer algo en ese momento. Intento morderlo, soltarme, alejarme, pero nada funciona. Y solo ayuda a que el se ría con más fuerza y se apegue más a mi. Llega a mi pecho y a pesar de tener el corpiño lo recorre con deseo, ignorando el temor en mi rostro, solo quiere eso. Eso y nada más. Veo la lujuria en su rostro, el rostro de un depredador que conoce lo que hace, que busca a los vulnerables. Su mano deja por fin esa parte tan íntima de mí, pero lo que hace a continuación solo provoca que chille. Chillo de miedo, de frustración, nunca creí que algo así me pasaría, siempre pensé que sucedía en otros lugares, no aquí, no a mí, no así. Mientras su mano se desliza por mi vientre escucho una voz. Una voz la cual reconozco de inmediato, pero siento que es mi imaginación. ¿Por qué estaría el allí? No tiene razones, el show no había terminado. Era solo mi mente tratando de calmarme, alejarme de la situación… pero la mano se detiene.

-Te dije que te alejaras de ella.

Nunca lo había oído tan enojado, tan peligroso, tan decidido a utilizar la violencia, y allí estaba, con sus ojos ocres clavados en mi asaltante, su cabello típicamente despeinado que solía darle un aíre misterioso y divertido ahora solo enfatizaban esa imagen de hombre peligroso que transmitía. Y cuando el hombre ríe, Alan avanza para golpearlo directamente en el rostro.

No lo podía tolerar. Mai era mía. De una u otra manera, aun si ella lo sabe o no, aun si ella no lo quiera así, no voy a dejar que otro hombre la toque. Menos que un desconocido la atacara. No si estaba ahí para evitarlo. En cuanto pude ver a ese depravado ponerle las manos encima a Mai, enloquecí, aguardé, quizás con la esperanza de que fuera alguien conocido, pero al mismo tiempo, sabiendo que de ser así estaría devastado. Pero no lo era, era un alguien que la lastimaría. Alguien que interferiría con ese cuerpo, con esa alma tan pura y tan brillante. No la contaminaría.

-Detente.

El no me hace caso, por lo que avanzo hacia el y tomo su mano. El hombre al fin me ve, y gira su rostro para verme. Me escupe y lo esquivo pero sin antes repetir lo que había dicho. No importaba si luego de esto Mai me odiaba, lo detendría. Incrusto mi puño en su asqueroso rostro sin pensármelo dos veces, y como si no fuera suficiente con eso, lo giro, con tal de poner mi cuerpo entre Mai y este hombre. Se defiende y no me sorprende. Recibo un par de golpes en el estomago que me hacen tropezar, pero no termino de caer. Veo por el reflejo de mi ojo el rostro de Mai, aterrada y a la vez esperanzada de verme, y eso me anima a continuar. No la dejare sola ahora. Me incorporo y justo cuando una mano se aparece en mi camino, la tomo y la doblo por detrás de su espalda, obligando a que se arrodillara. Funciona y comienza a suplicar, pero estoy cegado, cegado por una furia repentina, por haberla tocado, por haberla hecho sufrir, no es suficiente un poco de dolor. Debe pagar. Debe pagar por todo lo que ha hecho. ¿A cuantas víctimas atacó? ¿Cuántas chicas como Mai había habido? Su llanto incremente a medida que acercó su brazo al punto de quiebre, pero en eso, la mano de Mai se apoya sobre mi hombro, mirándome con temor, vacilante, parece una niña perdida. Eso es suficiente, y suelto su brazo, alejándome varios pasos. Fue lo que necesitaba para salir espantado de ese lugar. Le doy la espalda a ella, incluso yo me sorprendo por la violencia de la que fui capaz, y me doy cuenta que en parte eran celos. Porque yo quería tener la confianza para acercarme a ella, para besarla, para al fin decirle como me siento… y no puedo. Y todo explotó, haciendo que perdiera los estribos y estoy seguro que ahora ella también se aterrará de mi.

Lágrimas de sangre.

Palidez extrema, pupilas grandes y negras como carbón, cuerpo ya desarrollado marcado para siempre con experiencias de la vida, marcas, las cuales nunca desaparecerán, marcas que lentamente se adueñan de su alma.

Su desnudez se observa en el espejo, su piel nívea y tersa es surcada por líneas gruesas y arrugadas, denotando las pasadas experiencias. Con un suspiro audible, su dedo vacilante recorre una en especial, localizada en el abdomen, la más vieja de todas, la que inició todo, la cual manchó su alma para siempre. El recuerdo se abre camino hasta sus ojos con completa claridad.

“Lluvia. Frío. La constante cortina de agua le tapaba los ojos pero no lo suficiente para ocultarle la realidad. Tirada contra el piso, recibía constantes golpes en su rostro y en su pecho, cada golpe con una descarga de furia y satisfacción por parte del atacante. Soportaba cada impacto con fortaleza, con valentía, sabía cual era la razón. Después de todo, todos querían golpear a la niña homicida, porque esa era la verdad, ella había matado a sus padres, ella había dejado encendida la estufa que luego acabaría con sus vidas. Era su culpa, y lo sabía, lo admitía y por eso no oponía resistencia. Merecía morir, merecía sufrir el mismo castigo que sus padres, pero no se concedía ese deseo. Solo la dejaban tirada en el suelo frío y duro a su suerte. Pero esa vez algo sucedió. Se estaba incorporando, dificultada por el dolor lacerante de su cuerpo, cada movimiento era recibida con una queja por parte de sus músculos heridos, y cada roce del viento era una tortura para sus labios hinchados y abiertos, cuando trastabilló y cayó sobre una pared, arrancando parte de su piel al raspar contra el ladrillo rugoso. Arrodillada como estaba, llevó su mano hasta la herida sintiendo la sangre fluir. El líquido rojo se escurría entre sus manos con rapidez, con libertad, manchando todo a su paso, marcando la señal de que la sabía vital de la vida se estaba escapando a un ritmo alarmante de su envase, también llamado cuerpo. Pero no le preocupaba. Era un alivio. Una droga inyectada directamente a su cerebro, una sensación de paz largamente olvidada que calmaba su alma herida. Una simple herida que le hacía olvidar absolutamente todo, que se sentía bien. Verdaderamente bien.”

Inició como un accidente pero, ¿no comienza todo así? Un beso es un accidente que termina en una relación, un error de calle que desemboca en la oportunidad de tu vida. Todo es un error, y el de ella lentamente se convirtió en una adicción. Cada vez que sentía que no podía continuar, que le faltaba el aire, que el día simplemente le abrumaba, una cuchilla se encontraba con su piel en una cita repleta de deseo, tan esperada por ambos. Una satisfacción impresionante que recorre el cuerpo, una herida abierta que curaba las internas por unos momentos, momentos en los cuales se le tenía permitido el respirar, aliviar parte de la culpa sobre sus hombros.

Llega al final de la cicatriz y con este el recuerdo vuelve dentro de su mente, encerrándose en un baúl junto con otros tantos. Se mira con una pequeña sonrisa mientras su mirada recae en cada marca con admiración. Admiración hacia el poder que tienen, poder para curarla, curar su alma, y al mismo tiempo envenenarla. No siente repugnancia hacia ellas, ni tampoco arrepentimiento. Sabe porque se hizo cada una de ellas, y no lo ve como un atentado hacia su cuerpo. Sabe que debe ocultarlas de otros, nadie lo entendería, nadie la aceptaría, las marcas son sus acompañantes, tan solas como ella, tan destructivas como ella.

Un último vistazo antes de separarse completamente y caminar a paso lento hacia su mochila. Posee lo necesario para que no sufra en las horas encerrada dentro del edificio. Se viste apresuradamente, tapando todas las marcas que la hacen diferente y sale de su hogar. Dirige la mirada hacia las nubes que lloran, lloran como ella, y sonríe. Quizás no está tan sola.

Zombie Loan

Tranquilidad. Completa tranquilidad que es interrumpida por un grito, un golpe y un charco de sangre. Una muchacha en el suelo, con un corte que le atraviesa desde el hombro hasta la cadera, logrando que se desangre poco a poco, mientras jadea por su vida. A su lado, dos muchachos la observan. El primero posee el cabello blanco, con mechones rebeldes de negro, su compañero, de pelo azul, lo mantiene largo y atado en una coleta, mirando a la muchacha con una mezcla de desprecio y lastima. Ambos tienen rasgos refinados, el peli-blanco acaricia su barbilla terminada en punta –dándole un aire de criminal- mientras piensa seriamente en la situación. Sacude su mano que sostiene la espada, llevándola hasta la curvatura del cuello de la agonizante chica.

-¿Quieres vivir o quieres morir?


----------------------------------------


Yuuko corría apurada con paquetes de comida en su mano. Llegaba tarde, la castigarían, estaba segura de ello. A cada paso su largo cabello negro color azabache golpeaba contra su espalda, víctima de la violencia con la cual se impulsaba hacia delante. Sus anteojos se mantenían, casi por arte de magia, pegados a su rostro, sin resbalarse un centímetro. No es que los necesitara para ver, más bien eran utilizados para no ver. Para ocultarle la realidad a sus ojos.

Una mano en el camino la hizo tropezar, desparramando la comida hacia los lados del pasillo de la escuela. Un muchacho de cabello blanco se incorporó, gritando de dolor por el pisotón, para luego fruncirle el ceño y fulminarla con la mirada.

-¿Qué crees que haces? Interrumpiendo mi siesta… me la vas a pagar…

Una mano se apoyó sobre su hombro, descubriendo a su compañero, sonriente, mostrándose gentil y comprensivo, casi como un ángel que viene a ayudar.

-Tranquilo, Chika, es obvio que no te vio… ten.

Se agachó y recogió las cosas previamente arrojadas por Yuuko, entregándoselas en sus brazos. Ella, como era entendible, se veía desconcertada, vacilando y tartamudeando ante la visión de esos muchachos. Para cualquier persona normal hubiera sido otra escena común y corriente, para los estudiantes de esa escuela, era algo completamente distinto.

Un año atrás, un trágico accidente tuvo lugar en el puente St’ Jorges. Un micro escolar colisiono contra un camión conducido por un conductor borracho. El micro y el camión cayeron al agua, hundiéndose y causando la muerte de veinte alumnos, más los profesores y conductores que acompañaban. Solo dos chicos pudieron salir con vida de ese accidente, ilesos, sin un rasguño: El chico A, y el chico B. Las noticias no podían publicar sus nombres al ser menores, pero allí se sabían quienes eran, aunque pocos se atrevían a hablar con ellos; quizás por su actitud de ‘no-me-interesa-esto’ por parte del tal llamado ‘Chika’, o quizás por temor a la belleza y calidez del chico A.

-Shiro, deja de ser tan aguafiestas.

Bufó con sorna, ofreciéndole la mano a Yuuko para que se levantara, la cual ella aceptó con gusto.

-G-g-gracias.

Tartamudeó, con un leve sonrojo visible en la cara, pero, por orgullo, en cuanto Chika estaba por mencionarlo se dio vuelta, agitando su cabello en el acto y siguiendo su camino hasta el salón, donde un grupo de muchachas, hablando animadamente sobre ropa y chicos la esperaban.

-Llegas tarde. –dijo una, claramente actuando como la líder.

-Lo siento.

-Falta uno. No me trajiste para mi, eres una desconsiderada.- Bromeó la más chica de ellas, aunque utilizando un claro tono de acusación y denigración hacia Yuuko.

Estaba por volver a disculparse cuando la mano de Chika apareció en su visión, sujetando un paquete extra de comida.

-Lo olvidaste. Recuerda que no hago entregas.

Chika no le dirigió la mirada, pero Shiro le sonrió con calidez, tranquilizándola. Para la envidia de sus supuestas amigas, Yuuko, en apariencia una chica normal, estaba hablando con los chicos más misteriosos, deseados y geniales de toda la escuela. Todas las chicas se habían imaginado, al menos una vez, al lado de ellos, como su pareja. Todas excepto Yuuko, que era más realista.

Yumi atacó, sacándole los anteojos, logrando que se comenzara a desesperar en un segundo.

-¡Devuélvelos, sin ellos no puedo ver!

-Eres una exagerada Yuuko.

Pero no lo era. Los necesitaba. Se tomó la cabeza, abriendo los ojos lentamente. Lo cierto era que su visión era perfecta, mejor que cualquiera, pero traían una consecuencia. Levantó la mirada hacia los dos muchachos que ahora se dirigían a la salida del salón, observando claramente allí dos círculos. Círculos perfectamente claros, alrededor de sus cuellos, gruesos y de un color negro profundo, el cual solo podía significar una cosa. La muerte les llegaría pronto.

‘No puede ser. No puede ser, no puede ser, no puede ser. ¿Debo advertirles? Me tomarán de loca… no… pero… ¿morirán? Tienen el anillo. ¿Por qué solo yo puedo verlo? No entiendo. No entiendo nada…’

-Oye, ¿estas mejor?

Yuuko abrió los ojos lentamente, descubriendo que estaba acostada sobre una camilla de la enfermería, con la enfermera pasando un trapo húmedo por su rostro, sonriendo.

-Vaya susto querida. Te desmayaste y te trajeron aquí, has estado durmiendo por un par de horas.

Tocó su rostro, sonriendo al sentir el vidrio de sus anteojos contra sus ojos, sentándose con lentitud sobre la camilla.

-Lamento ser una molestia.

-No lo eres, pero mejor vete ya, se hace tarde y no queremos más desapariciones.

Era cierto, unos días atrás una compañera de su clase había desaparecido, los policías habían dicho que había huido de casa, pero se rumoreaba que en realidad era un secuestro, causando que todos estén en estado de alerta.
Yuuko volvió a disculparse y agradeció los cuidados recibidos, caminando tranquilamente por el pasillo donde antes se había tropezado con ambos muchachos, con cuidado de no pisar otra cosa esta vez. Tuvo suerte, la mano la agarró a ella por el hombro. Gritó con fuerza, pateando y arañando lo que sea que la estuviera reteniendo para detenerse al darse cuenta que no era nada más y nada menos que Chika, más furioso que nunca.

-Te tropiezas conmigo, me haces llevarte lo que te olvidas, ¡¿Y luego me llamas pervertido?!

No pudo evitar soltar una pequeña risita, avergonzada y al mismo tiempo divertida por su reacción, aunque su expresión se ensombreció al momento que recordó el anillo que rodeaba su cuello. Bajó la vista, jugando con sus dedos, disculpándose por enésima vez ese día. Chika bufó, su sonido preferido para hacer, pasando su mano por el cabello. Comenzó a hablar despacio, como si estuviera tratando con una retrasada mental, a propósito para hacerla enfadar.

-Bien, pero escucha esto, me debes 50 pesos.

-¿¡Qué!?

-Si, verás, no hago cosas por bondad. Así que como me obligaste a llevarte ese paquete de comida, y te aferraste a mi mano para levantarte, me debes 50 pesos.

-P-pero… no tengo tanto dinero encima…

-Bueno, 50 pesos, te estaré esperando mañana.

Con eso se alejó, dejándola sola en la oscuridad de la ya entrada noche. No dejaría que esto quedará así. No podía cobrarle por hacer lo que cualquier persona con un mínimo de bondad haría. Con una confianza y valentía sacada de un lugar inexistente, se encaminó a paso firme a hablar con el, llevándose una sorpresa al descubrir que Chika se reunía con Shiro en un lugar repleto de lápidas falsas. Se escondió detrás de una, observando de costado lo que sucedía, sin perderse un detalle.

-¿Estas seguro que este es el lugar?

-Cien por ciento. Solo habrá que esperar.

-Tch, mientras consigamos el dinero…

Y dicho esto, Chika pasó a tomar su mano derecha y lo mismo hizo Shiro. Con un simple movimiento, y sin utilizar mucha fuerza, ambos desprendieron sus manos de sus brazos, ante la mirada incrédula de Yuuko.

-Ja, se siente bien tener mi mano de regreso…

No. Definitivamente esto era una pesadilla. Se incorporó por la impresión, logrando que ambos giraran la cabeza hacia ella. La mano de Shiro ¿O era la de Chika? Se cubrió con una nube rojiza, haciendo aparecer un revolver con una cadena el cual en seguida apuntó hacia la cabeza de Yuuko. Por su parte, Chika hizo lo mismo, salvo que la nube era azulada y lo que apareció fue una espada, larga y afilada, la cual estaba ahora apoyada sobre el corazón de una inmóvil y aterrada chica.

-Nos ha visto. Definitivamente nos ha visto.

-Pues si, Chika, y ahora que hemos sido tan discretos con nuestras armas estoy seguro que se terminó de dar cuenta que hay algo mal con nosotros.

¿Aun en esa situación podían bromear? Yuuko comenzó a temblar de miedo y de frió al sentir que una corriente helada le atravesaba el cuerpo.

-¿Y que hacemos ahora?

-Seguir el protocolo. La matamos. -to be continued.