Lágrimas de sangre.

Palidez extrema, pupilas grandes y negras como carbón, cuerpo ya desarrollado marcado para siempre con experiencias de la vida, marcas, las cuales nunca desaparecerán, marcas que lentamente se adueñan de su alma.

Su desnudez se observa en el espejo, su piel nívea y tersa es surcada por líneas gruesas y arrugadas, denotando las pasadas experiencias. Con un suspiro audible, su dedo vacilante recorre una en especial, localizada en el abdomen, la más vieja de todas, la que inició todo, la cual manchó su alma para siempre. El recuerdo se abre camino hasta sus ojos con completa claridad.

“Lluvia. Frío. La constante cortina de agua le tapaba los ojos pero no lo suficiente para ocultarle la realidad. Tirada contra el piso, recibía constantes golpes en su rostro y en su pecho, cada golpe con una descarga de furia y satisfacción por parte del atacante. Soportaba cada impacto con fortaleza, con valentía, sabía cual era la razón. Después de todo, todos querían golpear a la niña homicida, porque esa era la verdad, ella había matado a sus padres, ella había dejado encendida la estufa que luego acabaría con sus vidas. Era su culpa, y lo sabía, lo admitía y por eso no oponía resistencia. Merecía morir, merecía sufrir el mismo castigo que sus padres, pero no se concedía ese deseo. Solo la dejaban tirada en el suelo frío y duro a su suerte. Pero esa vez algo sucedió. Se estaba incorporando, dificultada por el dolor lacerante de su cuerpo, cada movimiento era recibida con una queja por parte de sus músculos heridos, y cada roce del viento era una tortura para sus labios hinchados y abiertos, cuando trastabilló y cayó sobre una pared, arrancando parte de su piel al raspar contra el ladrillo rugoso. Arrodillada como estaba, llevó su mano hasta la herida sintiendo la sangre fluir. El líquido rojo se escurría entre sus manos con rapidez, con libertad, manchando todo a su paso, marcando la señal de que la sabía vital de la vida se estaba escapando a un ritmo alarmante de su envase, también llamado cuerpo. Pero no le preocupaba. Era un alivio. Una droga inyectada directamente a su cerebro, una sensación de paz largamente olvidada que calmaba su alma herida. Una simple herida que le hacía olvidar absolutamente todo, que se sentía bien. Verdaderamente bien.”

Inició como un accidente pero, ¿no comienza todo así? Un beso es un accidente que termina en una relación, un error de calle que desemboca en la oportunidad de tu vida. Todo es un error, y el de ella lentamente se convirtió en una adicción. Cada vez que sentía que no podía continuar, que le faltaba el aire, que el día simplemente le abrumaba, una cuchilla se encontraba con su piel en una cita repleta de deseo, tan esperada por ambos. Una satisfacción impresionante que recorre el cuerpo, una herida abierta que curaba las internas por unos momentos, momentos en los cuales se le tenía permitido el respirar, aliviar parte de la culpa sobre sus hombros.

Llega al final de la cicatriz y con este el recuerdo vuelve dentro de su mente, encerrándose en un baúl junto con otros tantos. Se mira con una pequeña sonrisa mientras su mirada recae en cada marca con admiración. Admiración hacia el poder que tienen, poder para curarla, curar su alma, y al mismo tiempo envenenarla. No siente repugnancia hacia ellas, ni tampoco arrepentimiento. Sabe porque se hizo cada una de ellas, y no lo ve como un atentado hacia su cuerpo. Sabe que debe ocultarlas de otros, nadie lo entendería, nadie la aceptaría, las marcas son sus acompañantes, tan solas como ella, tan destructivas como ella.

Un último vistazo antes de separarse completamente y caminar a paso lento hacia su mochila. Posee lo necesario para que no sufra en las horas encerrada dentro del edificio. Se viste apresuradamente, tapando todas las marcas que la hacen diferente y sale de su hogar. Dirige la mirada hacia las nubes que lloran, lloran como ella, y sonríe. Quizás no está tan sola.

2 comentarios:

ME ENCANTA (las encontre jeje)

 

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